Entre los recios golpes de la Aurora
escucho la llamada de tu nombre
pulsando entre las briznas o en el cielo,
rasgando la mirada de los dioses.
Señor de las miradas que destierran,
tus brazos son de hierro.
Señor de las caricias que se inmolan,
quiero escuchar tu nombre de tus labios.
Señor del horizonte que se arrasa,
tus labios son de piedra.
Señor del laberinto que se escinde,
ora pro me.
Santiago Cabrera Márquez